Saturday, August 27, 2005




Sunday, August 21, 2005

agitando el intelecto





Pierre Bourdieu: El intelectual agitador
"La corrupción estructural en el campo del periodismo amenaza a todos los campos del saber"

Entrevista de Pepe Ribas realizada en 1999.

Pierre Bourdieu se ha convertido en el pensador francés más influyente de este fin de milenio desde que en 1995 apostó claramente por el compromiso de unir teoría y práctica.

La Maison des sciences de L´homme, en el 54 de Boulevard Raspail, Paris, es uno de los grandes laboratorios humanísticos de la vieja Europa. En un pequeño despacho de la cuarta planta me encuentro con el intelectual europeo más citado internacionalmente. Es un joven de casi setenta años que ha entregado su vida a investigar lo oculto que mueve cualquier realidad y que detesta el cinismo y el nihilismo de los predicadores posmodernos que copan los medios de comunicación. La solidez de sus estudios lo han situado en la cumbre de la sociología mundial. Es profesor en el Collège de France y director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Dirige la revista Actes de la recherche en sciences sociales, y hace tres años fundó una editorial de agitación: Liber-Raisons d´Agir. Herramientas de pocas páginas que aproximan las últimas investigaciones sociales y culturales a los militantes de los nuevos movimientos contestatarios. Y es que en 1995, durante las huelgas que conmovieron Francia, Pierre Bourdie no se quedó en el Olimpo de los posmodernos sino que bajo a la arena del activismo político y, como el mismo sostiene, se sitúo a la izquierda de la izquierda para dar argumentos a quienes se resisten contra la mundialización neoliberal.
Su labor como investigador se inició en Argelia a finales de los años 50, con trabajos etnográficos sobre la Kabilia. Poco después estudió la soltería en el Bearn, un pedazo de Pirineo junto al Pais Vasco frances, donde nació en 1930. La pugna entre lo objetivo y lo subjetivo en el territorio de la creación artística y el intento de unificar las ciencias humanas le motivaron a escribir obras tan reveladoras como "Esbozo de una teoría de la práctica" (1972) y "El sentido práctico". Pero fue "La distinción. Criterios y bases sociológicas del gusto” (1979), el libro que lo consagró como uno de los sociólogos más importantes, que ha sabido dar la vuelta a Marx y a Weber para descifrar cómo funcionan las estructuras simbólicas de dominación ocultas en nuestra tradición cultural.
Para superar el error de Marx de suponer la existencia de clases sociales constituidas en la realidad inventó conceptos tan esenciales como Espacio social y Espacio simbólico, que son algo así como las suma de los diferentes espacios o campos en conflicto, los ruedos, donde se libran las luchas de poder. Capital económico y capital cultural pugnan en cualquier microcosmos o campo para obtener la legitimidad o el canon, el poder, como sucede en los campos artístico, literario o científico, entre otros, que son instituciones históricamente constituidas y dotadas de un conjunto de normas de juego. Su noción de hábitus también es capital, pues mediante la escuela, la tradición, lo oído, escuchado y sentido, el ser humano de un determinado medio social configura un esquema de comportamiento que es lo que le empuja a actuar, opinar y comportarse de una determinada manera dentro del campo, o campos en los que se mueva. En Bourdieu todo es relacional. Y aunque estemos dominados, a causa de ese complejo juego de relaciones en los diferentes microcosmos, él da útiles de resistencia con los que tomar conciencia para vencer cualquier pretedeterminación.
.La obra de Bourdieu es impresionante y abarca infinidad de campos. Ha estudiado temas tan diversos como el universo bereber, los museos, los gustos, las escuela, la gestación del Estado moderno, la clase dirigente, la creación artística y literaria, la representación política, la alta función pública, la casa privada, el sufrimiento social, los medios de comunicación. En su último libro, "La Dominatión masculine", muestra cómo la relaciones entre los sexos están eternizadas y desvela los mecanismos estructurales que permiten dominar a las mujeres. Este último libro ha resultado tan polémico y fundamental como los tres anteriores: "Sobre la televisión" (1996), "Meditaciones pascalianas" (1997) y "Contrafuegos" (1998).

En su dilatada carrera como antropólogo, etnólogo y sociólogo ha aportado varios instrumentos para avanzar en la comprensión de los mecanismos ocultos que mueven nuestra sociedad. Para desarticular ideas preconcebidas, como por ejemplo la existencia de clases sociales, ha introducido en el vocabulario de la sociología la noción de espacio social y de campo de poder. ¿Puede explicarlo un poco?
La noción de espacio social resuelve, a mi parecer, el problema de la existencia o no de las clases sociales que divide desde los inicios a los sociólogos. Se puede negar su existencia sin negar lo esencial, que son las diferencias sociales que existen en la sociedad a causa de la distribución desigual de bienes y capitales, lo que genera antagonismos individuales y, a veces, enfrentamientos colectivos. La noción de espacio social permite, matemática o lógicamente, situar las diferencias. Pero al mismo tiempo se abandona la idea de que existen grupos sociales constituidos contra otros grupos, como sostuvo Marx. Las clases sociales sólo existen en estado virtual, y la sociología no ha de construir clases, sino espacios sociales, en primer lugar para romper con la tendencia de pensar el mundo social de una forma sustancialista, que es la del sentido común y el racismo. Las actividades o las preferencias propias de los individuos o grupos de una sociedad determinada en un momento dado, para nada están inscritas de una vez y para siempre en una especie de esencia biológica o cultural.

¿Y cómo estructura el espacio social?
En una sociedad donde hay probabilidad de casarse, de hacer deporte juntos, de hablar el mismo lenguaje, de tener los mismos gustos y el mismo tipo de amigos, tales posibilidades, en la realidad, son muy desiguales según la posición que uno ocupe en función del capital económico y el capital cultural. Puedo citar como ejemplo un estudio en el que demuestro que el espacio social está estructurado a grosomodo en dos dimensiones, y de hecho en tres. Si usted construye la imagen del espacio social y corta un círculo al azar, las personas que estén en él, tendrán muchas más cosas en común que los que están fuera. Por ejemplo, se ha hecho un estudio de endogamia entre matrimonios de un mismo nivel, y cuanto más se afina más aumentan los niveles de endogamia. La endogamia entre los alumnos de la Escuela Normal Superior es extraordinario. La noción de espacio social da cuenta de todo lo que quieren decir los que hablan de clases sociales, sin caer en el error de creer que las clases existen en la realidad. En tiempos de guerra, por ejemplo, se puede asociar en nombre del patriotismo a los obreros y los patronos. Pero en tiempos normales, uno irá a beber pernaud y el otro whisky. Uno irá a jugar a la petanca y el otro al bridge. Tengo estudios sobre la patronal francesa donde los juegos de sociedad, el bridge por un lado y el golf y el tenis por otro, son instrumentos escondidos de selección social, porque están muy desigualmente distribuidas en un momento dado, y también entre generaciones. Hay una tercera dimensión invisible que es la antigüedad en la posición. Uno tendrá posibilidades de casarse con la hija del jefe y otro no. Este espacio de tres dimensiones es algo muy potente, me da miedo, y me pregunto: ¿Es posible que todo esté tan fuertemente determinado?

¿Y la noción campo de poder?
Es una noción en fase experimental. Necesitaba resolver dificultades y la he concebido atendiendo a muchos estudios sobre el poder, que es una noción complicada porque es un sistema de relaciones. Al estudiar lo que se llama clase dirigente, nos preguntamos qué tienen en común un juez de la corte suprema y un empresario de IBM, o éste último con un gran abogado. Hay que abandonar la visión de grupo unificado, coherente, para decir que hay una especie de campo, un espacio de relación independiente, relativamente autónomo con respecto al espacio social en su conjunto, y en el cual unas personas detentan una especie de capital particular y luchan con otras que detentan otras especies de capitales para dar más fuerza al suyo.
En el siglo XIX, hubo en Francia una lucha entre los artistas y los burgueses. Fueron luchas un tanto rituales. Muchos artistas eran hijos de burgueses en ruptura con la burguesía; Cézanne, hijo de banqueros. Manet, hijo de un alto funcionario. En esta lucha lo que estaba en juego era la dominación sobre el mundo social y al mismo tiempo sobre los instrumentos legítimos de dominación. Cuando Baudelaire ataca al burgués ataca las bases del poder burgués. Dice, los burgueses son filisteos, beocios, incultos, no tienen el buen capital, que es el capital cultural, literario... Y el burgués responde: esas personas son bohemios, maleducados, sucios, irresponsables, inadaptados, locos. Por lo tanto, hay una lucha entre estilos de vida, incluso entre maneras de ser hombre, que es al mismo tiempo una lucha por el poder.

¿Y qué sucede con los diferentes campos intelectuales en relación al poder al final del siglo XX?
Si llego a decir que la única manera de ser un hombre es tener mucho dinero, como sucede hoy, todos los demás quedan descalificados. Actualmente, en esta lucha dentro del campo de poder, los intelectuales han perdido, porque incluso son los banqueros, o casi, los que dicen quiénes son los intelectuales. El campo de poder es como un ruedo, un lugar de lucha relativamente independiente, porque las luchas que suceden en este espacio son diferentes de las grandes luchas sociales. A menudo se han descrito como lucha de clases y revoluciones enfrentamientos internos en el campo de poder, a las que se han unido los desposeidos.
Lo que yo llamo campo intelectual o campo artístico es un subcampo en el interior del campo de poder. Y los intelectuales ocupan una posición temporalmente dominada, económicamente dominada dentro de éste. Y es una de las razones por las cuales están estructuralmente asociados, a menudo, con los dominados. Están entre los dos grupos. Un poco como las mujeres de la clase dominante. No es casual que en los salones fueran ellas las que permanecían junto a los artistas.

¿Cómo se legitiman los prestigios en los diferentes campos de la cultura y quién los autoriza ?
En todos los campos existe una lucha por definir quién decide quién forma parte del campo y quién no. Quién es escritor y quién no. En un campo intelectual o artístico, la gente dirá que Manet, por ejemplo, hizo una revolución artística que desplazó a sus maestros, que vendían los cuadros de Couture o de los grandes pintores pompiers más caros que los de Tiziano. Entre 1860 y 1890 hubo una revolución: cuadros que valían millones se desvalorizaron. Manet no sólo negó a las personas que dominaban el campo artístico, sino también el principio en el nombre del cual dominaban. Joyce hizo una revolución artística análoga que cambió el principio según el cual entramos en el juego y ganamos. En cada campo, en la poesía por ejemplo, hay un desafío escondido: el derecho a jugar o el fuera de juego. Y una vez que el juego está en marcha, cuáles son las bazas que cada uno tiene.

¿Usted publicó, Contra la Televisión, en el que desvela cómo el actual neoliberalismo coacciona la autonomía de los diversos campos intelectuales?
He tenido muchísimas discusiones sobre el neoliberalismo, sobre este cambio, esta crisis de civilización a la que estamos asistiendo. Todas las revoluciones artísticas del siglo XIX tenían el fin de imponer valores no económicos: el arte contra el dinero .
Pienso que en muchos campos, en literatura y otros, lo que ahora contemplamos es la revancha del dinero contra el arte. La autonomía, la independencia que los universos artísticos habían conquistado gracias a combates terribles, incluso con personas que murieron para que un libro invendible fuera publicable, para que no hubiera ninguna correlación entre el éxito comercial de un libro y su valor artístico, todo esto está amenazado; lo que hoy impera son los valores comerciales. Autores o creadores, que no son necesariamente los mejores desde el punto de valor en términos del medio, pueden aliarse con las personas que están fuera. Uno de los factores de esta pérdida en todos los campos es la televisión. Hoy, ser es ser visto en la televisión y caer simpático a los periodistas. Los libros que tienen éxito son los de la televisión. Esta temible alianza hace que los defensores de los valores específicos, del arte por el arte por decirlo pronto, estén cada vez más amenazados. En el campo de la justicia, los periodistas utilizan el poder que tienen sobre el gran público para intervenir en los procesos de manera emocional. Exclaman cosas como: Han matado a una niña pequeña, ¡hay que matar al asesino!, y así juzgan a los culpables con sus propias leyes. Con los científicos sucede lo mismo. La ciencia cuesta cara, y para conseguir créditos los científicos tienen que pasar por los medios de comunicación.

¿Quiere esto decir que la producción de los diferentes campos culturales está mediatizada por los medios de comunicación?
Cualquier campo científico o cultural es un microcosmos dentro del macrocosmos. Cada campo es una pequeña República en la que están los dominados y los dominadores, y también las relaciones de poder, aunque no todos los poderes son del mismo tipo. El poder que ejerce un gran matemático sobre un pequeño matemático no es igual que el que ejerce un patrón sobre un obrero.Los matemáticos son los más autónomos, nadie entiende lo que hacen, incluso los periodistas no se meten. Son como los poetas de vanguardia, que están al margen de todo y por esa razón pueden permanecer puros, pero a costa de quedar fuera de juego. Por su parte, todas las personas que están entre estos dos ámbitos, como los sociólogos o los economistas, se encuentran particularmente amenazados e intentan construir su campo con sus propias leyes. Pero como de lo que hablan es del dominio público, todo el mundo juzga: los obispos, la gran prensa, el público en general. Este fenómeno es un poco inquietante desde el punto de vista del futuro de las disciplinas artísticas, literarias, jurídicas, filosóficas. Los nuevos filósofos, por ejemplo, son personas que no tienen un buen nivel profesional, no están al corriente de las discusiones actuales. Estoy seguro de que usted conoce a Bernard Henri-Lévy, y es muy probable que no conozca a Jacques Bouveresse, que es un gran maestro del oficio. El primero va a la televisión y el otro no, o cuando va, el público se pregunta: ¿de qué está hablando?. La televisión ha cambiado las relaciones de fuerzas internas en los espacios de producción. La filosofía es un ejemplo muy bueno. Puede ser muy técnica, y también una práctica de cualquiera que no sea filósofo profesional, de una persona de letras que usa la filosofía como herramienta profesional pero que no aprobaría un examen elemental en la universidad, aunque la use para convencer al público, que sólo tiene nociones vagas de filosofía. Y cuando algún intelectual de nivel le dice a la gente que esto no es filosofía, muchos se sienten ofendidos y exclaman: ¡Claro que sí, yo lo leo y encuentro que está muy bien!. Es tan naif como esto. Ortega y Gasset ya decía cosas como que la pintura moderna ha cortado el contacto con la realidad. Y hoy, los medios o los artistas mediocres utilizan esté tipo de especulaciones para combatir a los buenos artistas.

¿Qué puede hacer el periodista comprometido?
El periodista puede hacer mucho, y si a veces soy crítico es porque pienso que tiene una enorme responsabilidad. Es unos de los personajes sociales más poderosos, aunque individualmente sea vulnerable. La prensa es un poder considerable que se cree crítico, una de las mitologías de la profesión porque la mayoría de periodistas son más bien conservadores. Además no tienen tiempo de leer libros. Cumplen muy poco el papel de descubridores, salvo algunas excepciones. En todo lo relativo al arte, el periodista medio, es decir influyente, de Le Monde des Livres por ejemplo, es una instancia de consagración de cosas mediocres, o de personas no mediocres pero consagradas desde hace cincuenta años.

¿Es posible un periodismo de investigación, un periodismo responsable que sortee la corrupción estructural que existe en el campo del periodismo.?
El periodista que descubre, que investiga complots o bien que hace investigaciones peligrosas sobre el terreno, es un mito. Algunos personas lo hacen, y cada vez más son mujeres. Como están dominadas, son ellas las que investigan las situaciones difíciles. El periodista del establishment, el periodista de Le Monde, de The Guardian, del New York Times, del País, es una persona que contribuye al mantenimiento del orden simbólico y de la visión dominante del mundo.
En el campo de los periodistas están por un lado los establecidos, y por otro los críticos marginados que luchan contra los que dominan en su espacio social. En Francia todavía quedan unos cuantos, sobre todo en Le Monde Diplomatique, Charlie Hebdo, Le Canard Enchaîné. Aunque cada vez hay menos. En mi juventud, si me hubieran dicho que el redactor jefe del Nouvel Observateur se iba a convertir en redactor jefe de Le Figaro me hubiera caído de espaldas. Y que ese mismo podía convertirse en director del Figaro Madame, es ya alucinante. Cosas así ocurren constantemente. Existe una homogeneización, y las condiciones económicas atenúan los efectos de lucha que hay en el campo. A los minoritarios de Le Monde Diplomatique se les acusa de iluminados, a los del Charlie Hebdo de sesentayochistas trasnochados, cuando su página económica es mucho más seria que la de Le Monde. Habría que crear periódicos, pero para ello se necesita un dinero que no tenemos. Conozco periodistas valientes, inteligentes que no tienen trabajo, o a los que se les paga para que no escriban. ¿Quiere esto decir que se trata de la coacción económica? No, no es tan simple, es la presión económica que se ejerce a través de la lógica propia de los campos humanísticos. Estos campos tiene sus propias leyes, sus competencias, sus confrontaciones. Y los periodistas tienen también los suyos en relación a los diferentes campos culturales. Ese juego, bajo presión, es cada vez más potente y modifica los otros juegos, y no sólo por la presión de la publicidad y de los grandes medios. Si por ejemplo, la economía coaccionara directamente el mundo jurídico todo el mundo protestaría. En el periodismo, como la presión de la economía pasa por mecanismos más sutiles el público la digiere mejor.

¿Los periodistas más jóvenes o más conscientes pueden abrir brecha a esta colosal censura?
En Francia, uno de los dramas es el de las diversas posiciones entre los periodistas precarios, con contratos de duración determinada. En general jóvenes que dicen: tengo un montón de ideas. Actualmente estoy preparando un número en Actes de la Recherche que incluye una investigación sobre el periodismo. En él muestro que se están haciendo cosas muy originales. Programas para niños, documentales de televisión, encuestas de investigación, reportajes. Todo esto está realizado por free lances que se pasan el día buscando temas, cómo venderlos y a quién. Pero estos esfuerzos están totalmente controlados, porque los recién licenciados no inventan con toda libertad sino en función de la idea de lo que va a gustar a las cadenas, incluidas las culturales, que excluyen infinidad de asuntos. Lo que estos free-lances proponen ya ha pasado por el filtro de la autocensura. Saben que no merece la pena cansarse proponiendo un tema sobre la corrupción de Jacques Chirac. Mi profesión me lleva a estudiar fondos de corrupción estructurales, es decir corrupciones en las cuales nadie es el sujeto, sino que se producen por la lógica del sistema. Es la estructura misma la que hace que eso sea así. Estamos inducidos a no decir, ni siquiera a pensar en decir. Existe una censura invisible. En este sentido podría haber alianzas formidables entre investigadores y periodistas.

¿Cree posibles estas alianzas?
En ellas estoy desde hace tiempo. Si por ejemplo tengo un proyecto de artículo sobre el sistema escolar pero no estoy al corriente de lo último que ha dicho el Ministro, o hay ciertos hechos que no puedo comprobar haciendo las verificaciones necesarias porque necesitaría unos años que no tengo, sería muy bueno que me pudiera partir el trabajo con un periodista. Juntos podríamos hacer cosas formidables, aunque para que estas alianzas pudieran prosperar tendrían que existir directores de periódico que las aceptaran. Respecto del periodismo mantengo enormes esperanzas.

¿Cómo se podría conjugar éxito comercial con calidad?
Es un problema difícil. Mallarmé, un poeta muy esotérico, ya se planteaba cómo producir cosas conforme a la lógica del microcosmos cultural lo más poéticas, literarias, científicas y artísticas posibles. Uno de los grandes obstáculos son las personas que están en contacto con el público pero que han perdido el contacto con la verdadera literatura o la verdadera poesía. Estas personas dificultan el esfuerzo para ofrecer al público lo mejor del microcosmos.

Sin embargo, hoy se producen más libros y estudios que en ninguna otra época, algunos de extraordinaria calidad.
Un poeta del siglo XIX afirmaba que hay gente que produce para el mercado y otros que crean su propio mercado. Si tomamos el ejemplo de la sociología cuanto mejor van las cosas más hay que saber para convertirse en sociólogo. En todos estos universos existe lo que los economistas llaman el derecho de admisión, que equivale a lo que cada uno tiene que pagar para ser miembro del mundillo. Cuando la ciencia avanza, el precio del derecho de admisión sube. Para ser filósofo verdadero, hay que tener hoy una gran amplitud cultural porque hay que conocer a la vez a los pragmatistas estadounidenses, a los filósofos vieneses, a tal o cual escuela. Las obras de este microcosmos que eleva el derecho de entrada son cada vez más completas, más conformes a la realidad, más bellas. Y al público no le llegan. Para reconocerlas existe el sistema escolar que transmite los instrumentos de comprensión pero lo hace con retraso y con grandes deficiencias. Estas obras son cada vez más universales e independientes y sin embargo no somos capaces de crear las condiciones de acceso. Hay gente que tiene el monopolio de lo universal y uno de los temas permanentes de mi obra consiste precisamente en decir que estas obras que aspiran a la universalidad estas monopolizadas por algunos, tanto en la producción como en su consumo. Así pues, una de mis consignas sería: universalicemos las condiciones de acceso a lo universal.

¿Qué problemáticas plantean los intelectuales que viven por y para los medios de comunicación de masas?
Escuchando a los filósofos mediáticos parece que ya no hace falta leer a Kant, ni a Hegel, ni a Heidegger. Estos pseudofilósofos se dirigen al público diciendo: Yo les voy a contar cosas que responderán a los problemas que usted se plantea en la vida. Y hablan por la radio sobre la diferencia entre democracia y totalitarismo, y citan a los filósofos más fáciles como Hanna Arendt. O nos hacen creer que, como la historia y la filosofía ya las tenemos, no merece la pena perder el tiempo leyendo a Bourdel o Duby o E.P. Thompson. Personalmente no tengo nada en contra de ellos. Pero políticamente, porque estamos hablando de política literaria y científica, estas personas contribuyen, como se ve en las publicaciones, a aniquilar progresivamente las condiciones de producción de obras de vanguardia. Si usted no vende cada año cinco mil ejemplares, usted no existe. Hace diez años, Les Editions de Minuit, publicaron a Beckett, vendieron trescientos ejemplares y no les preocupó. Ahora se ha elevado el nivel de exigencia en materia comercial y hay cosas que uno no logra publicar. En el terreno de las Ciencias Sociales hay jóvenes investigadores que hacen lo mejor que se hace actualmente en la materia. Si los que les apoyamos dejáramos de existir no podrían volver a publicar.

Usted ha creado utiles para combatir estas situaciones con gran éxito, ¿conoce otras contribuciones?
Puedo citar a Pierre Carles, un joven director de cine que hizo una película de mucho éxito sobre la televisión. Bueno, pues tuvo que hacer una colecta para poder montarla y pasarla en los cines de arte y ensayo. Conozco a grupos de jóvenes artistas que hacen cooperativas para controlar los medios de difusión. Y en mi terreno, hemos fundado la pequeña editorial Raisons d´Agir por razones de censura puesto que eran libros que nadie quería publicar, o porque los periodistas no les harían ninguna reseña, o porque eran libros con mucho riesgo comercial. En esta editorial publique mi libro sobre la televisión, y vendimos doscientos mil ejemplares. El problema del público es que no se le ofrecen productos así. Mi combate principal, y lo llevo también al terreno político, es dentro de los universos intelectuales. La lucha no se da en Chiapas, sino en las redacciones de los medios de comunicación. Parece ridículo decirlo, pero hay mucha lucha de intereses en la filosofía, en el mundo editorial, en la universidad... Desgraciadamente, los intelectuales tienen también costumbres que provienen de su pasado político comunista, socialista, etc. Y tienen una definición un poco limitada de la política porque la convierten en sinónimo de lo que hacen los partidos. Y hay desafíos políticos todos los días, como el sistema escolar, algo de vital importancia que no es objeto del debate que merece. Parece más interesante ocuparse de Timor Oriental. Aranguren era alguien que comprendía esto y libraba luchas intelectuales de cercanía que eran al mismo tiempo luchas políticas.

O sea, se puede luchar contra el pulpo mediático.
Hay un pequeño grupo que se llama Attac, formado por gente de Le Monde Diplomatique. Nosotros estamos unidos a ellos. Nos constituimos para luchar contra la ley de circulación de capitales, que en Francia se llama AMI. Es una medida jurídica que desposee a los Estados de cualquier poder de intervención contra las intrusiones económicas.

¿Cómo construir la Europa de los movimientos sociales frente a la de los banqueros?
Hace varios días que me digo: tienes que escribir algo sobre ello. Pero estaba muy desanimado con todo lo que está ocurriendo en Yugoslavia. Ayer por la mañana, por fin empecé a trabajar pero por la noche estaba otra vez desalentado porque las fuerzas conservadoras son enormes. Los socialdemócratas que han tomado el poder en la casi totalidad de los países europeos son a veces más conservadores que los gobiernos a los que han sustituido. Lo que hoy se plantea el movimiento social es el hecho de que los países más avanzados socialmente, para mantener la competitividad, reduzcan las prestaciones sociales. Para contrarrestar este efecto, la única solución sería que los gobiernos socialistas que hoy gobiernan en los paises más poderosos se plantearan regular la competencia. Habría que instituir una instancia política de control de la banca europea y toda una serie de medidas. Pero nadie piensa en ello. En Maastricht, en lugar de decir qué podemos hacer para limitar los efectos perversos de la competencia interna en Europa, se tomaron medidas destinadas a satisfacer los mercados financieros que prohiben y despojan a los Estados nacionales de la posibilidad de hacer cualquier política social. Con estos presupuestos, a los gobiernos no les queda ningún margen. Y colectivamente sí habría margen porque Europa es lo suficientemente fuerte como para ser autónoma respecto al mercado. La Europa social sólo son palabras y en cambio habría montones de medidas precisas: salario mínimo garantizado, programas a largo plazo de inversión en materia de ecología, de investigación científica, transportes..., que incluso generarían mano de obra y reforzarían la sinergia positiva. También estoy desencantado porque hay fuerzas, pero todo lo que es transnacional es muy difícil. Los sindicatos son muy nacionales y sus dirigentes no hablan idiomas. Es preciso que en cada unión sindical haya un responsable que conozca Francia, otro que conozca Gran Bretaña, otro que conozca Italia, de manera que cuando se discuta un problema inglés los de los otros paises sepan de que va. A pesar de todo, dentro de unos días haremos en Estrasburgo una reunión con escritores como Günter Grass y sindicalistas para tratar de discutir juntos de manera transnacional. Es un largo proceso que hay que hacer. La CGT, por ejemplo, era un sindicato muy francés que ahora se está planteando lo internacional. Pero la construcción de un verdadero sindicato europeo (Y aún más internacional) es cosa muy difícil. Tal sindicato corre peligro de ser siempre muy frágil, estando amenazado por fuerzas económicas muy poderosas y capaces de introducir contradicciones entre los intereses nacionales.

abriendo la boca




















GÜNTER GRASS & PIERRE BOURDIEU


La obra de P. Bourdieu refundó los estudios sobre la cultura e influyó tempranamente en la crítica de Argentina, Brasil y México en los años 70. La televisión, la vida cotidiana, la caída del trabajo como identidad, las relaciones de poder que rigen la consagración literaria: ningún objeto cultural escapó a su crítica, desde la sociología, en sus textos ya clásicos, y desde los medios, que en los últimos años revalorizó como una arena pertinente para la discusión intelectual.Intelectual comprometido, al estilo que fue credo en los años 60, Pierre Bourdieu no dejó de hacer propuestas específicas en su campo, la sociología de la cultura, mientras intervenía activamente como polemista en los meridianos de cada coyuntura política y social. Su muerte, ocurrida el miércoles a la edad de 71 años, deja a Francia y al "progresismo" europeo sin una de las voces que más irradió en las ciencias sociales desde los 70. En este diálogo de 1999 con Günter Grass, difundido a fines de ese año en el canal Arte de Francia, el sociólogo y el entonces flamante premio Nobel hablaron sin tapujos sobre el declive de la influencia progresista en los discursos sociales, en una caracterización que hoy parece más vigente que cuando fue pronunciada.
Pierre Bourdieu: —Usted mencionó alguna vez la "tradición europea o alemana de abrir la boca", lo cual también es una tradición francesa. Cuando planeábamos este diálogo público, evidentemente yo no sabía que usted iba a ganar el Nobel. Me alegra mucho que el premio no lo haya cambiado, que esté tan dispuesto como antes a "abrir la boca". Me gustaría que los dos la abriéramos hoy aquí.
Günter Grass: —En Alemania es más frecuente que los filósofos se reúnan en un rincón de la sala, los sociólogos en otro y los escritores, muchas veces distantes entre sí y en la trastienda. Una comunicación como ésta, entre usted y yo, es la excepción. Cuando pienso en su libro, La miseria del mundo (libro de crónicas testimoniales coordinado y prologado por Bourdieu), o en mi último libro, Mi siglo, hay algo que nos reúne en el trabajo: contamos la historia desde abajo, no miramos a la sociedad desde las alturas, con el punto de vista de los vencedores. Por nuestra profesión, se diría, estamos visiblemente del lado de los perdedores, de los excluidos de la sociedad. En La miseria del mundo, usted logró dejar de lado su individualidad para concentrarse en la comprensión, sin dar a entender que sabía más que el resto: un análisis de las condiciones sociales y de la sociedad francesa perfectamente aplicable a otros países. Como escritor, esas crónicas me tientan a utilizarlas como materia prima y me gustaría que existiera un libro así sobre las condiciones sociales de cada país. Lo único que me sorprendió, tal vez, forme parte del campo de la sociología: en este tipo de libros no hay humor. Falta lo cómico del fracaso, lo absurdo se desprende de ciertas confrontaciones.
P.B.: —Usted contó, magníficamente, algunas de estas experiencias que nosotros mencionamos. Pero la persona que recibe estas experiencias directamente de la persona que las vivió se siente un tanto abrumado, agobiado, y la idea de tomar distancia es prácticamente impensable. Por ejemplo, nos sugirieron que excluyéramos del libro una cantidad de relatos porque eran demasiado punzantes, demasiado patéticos, demasiado dolorosos.
G.G: —Cuando mencioné lo "cómico", me refería a que la tragedia y la comedia no se excluyen mutuamente, las fronteras entre ambas fluctúan.
P.B.: —Es absolutamente cierto. En realidad, nuestra intención era poner frente a los ojos de los lectores este carácter absurdo en bruto, sin ningún efecto. Una de las consignas que nos dimos fue la necesidad de evitar hacer literatura. Tal vez le sorprenda lo que voy a decirle, pero existe la tentación, cuando uno está frente a dramas como estos, de escribir bien. La consigna era intentar ser todo lo brutalmente afirmativo que fuera posible, para restituir a estas historias su violencia superlativa, casi insoportable. Por dos motivos: por cuestiones científicas y también literarias. Pero también por cuestiones políticas. Pensábamos que la violencia que actualmente ejerce la política neoliberal implementada en Europa y América latina, y en muchos países, es tan grande que no se puede mensurar a través de análisis puramente conceptuales. La crítica no está a la altura de los efectos que produce esta política.
G.G.: —Usted y yo, los sociólogos y escritores somos hijos de las Luces europeas, de una tradición actualmente cuestionada en todas partes —por lo menos, en Francia y Alemania—, como si el movimiento europeo de la Ilustración hubiera fracasado. El humor es uno de ellos. Cándido, de Voltaire, o Jacques el fatalista, de Diderot, por ejemplo, son libros en los que las condiciones sociales descriptas son igualmente espantosas. Esto no impide que, aún en el dolor y en el fracaso, se imponga la capacidad humana de ser cómico y, en este sentido, victorioso.
P.B.: —Sí, pero este sentimiento que tenemos de haber perdido la tradición de las Luces está vinculado al trastocamiento de la visión del mundo impuesta por el neoliberalismo, hoy dominante. Pienso que la revolución neoliberal es una revolución conservadora —en el sentido que se le daba a una revolución conservadora en la Alemania de los años 30— y una revolución conservadora es algo muy extraño: es una revolución que restaura el pasado y que se presenta como progresista, que transforma la regresión en progreso. Aunque quienes combaten esta regresión tienen el aspecto de ser regresivos. Quienes combaten el terror tienen el aire de ser terroristas. Es algo que usted y yo tenemos en común: rápidamente nos tratan de arcaicos, de atrasados, de dinosaurios. Esa es la gran fuerza de las revoluciones conservadoras, de las restauraciones "progresistas". Incluso lo que usted dice, en mi opinión, tiene que ver con esta idea. Nos dicen: no son graciosos. Pero, convengamos, es una época en la que no hay de qué reírse.
G.G.: —Mi intención no era decir que vivíamos en una época graciosa. La risa infernal, desencadenada por los medios literarios, también es una protesta contra nuestras condiciones sociales. Lo que hoy se vende como neoliberalismo es un retorno a los métodos del liberalismo de Manchester del siglo XIX. En los años 70, en todas partes en Europa, se hizo una tentativa relativamente exitosa de civilizar al capitalismo. Si parto del principio de que el socialismo y el capitalismo son hijos fracasados de las Luces, tenían una cierta función de control recíproco. Incluso el capitalismo estaba sometido a ciertas responsabilidades. En Alemania llamábamos a eso la economía social del mercado y había un consenso, incluso con el partido conservador, de que nunca deberían repetirse las condiciones existentes en la República de Weimar. Este consenso se rompió a comienzos de los años 80. Hasta los pocos capitalistas responsables que quedan hoy llaman a la prudencia, porque se dan cuenta de que sus instrumentos pierden el rumbo, que el sistema neoliberal repite los errores del comunismo creando dogmas, una especie de reivindicación de infalibilidad.
P.B.: —Sí, pero la fuerza de este neoliberalismo es que lo aplican, al menos en Europa, personas que se dicen socialistas. Al mismo tiempo, el intento de adoptar una postura crítica hacia la izquierda de los gobiernos socialdemócratas se volvió extremadamente difícil. En Francia, existió el movimiento de las grandes huelgas de 1995, que movilizaron a la comunidad de los trabajadores, de los empleados y también a los intelectuales. Después hubo toda una serie de movimientos: el movimiento de los desempleados, de los ilegales, etcétera. Hubo una suerte de agitación permanente que obligó a los socialdemócratas en el poder a fingir un discurso socialista. Pero en la práctica, este movimiento crítico sigue siendo muy débil. En mi opinión, uno de los puntos centrales para el plan político es saber cómo imponer, a escala internacional, una posición a la izquierda de los gobiernos socialdemócratas capaz de influir verdaderamente. Me planteo el siguiente interrogante: qué podemos hacer nosotros, los intelectuales, para contribuir a ello. Creo que tenemos una responsabilidad enorme en la constitución de un movimiento de este tipo, porque la fuerza de los dominantes no es sólo económica. También es intelectual. Y es por eso que, en mi opinión, hay que "abrir la boca", para restaurar la utopía. Porque una de las fuerzas de estos gobiernos neoliberales es matar la utopía.
G.G.: —Los partidos socialistas y socialdemócratas creyeron en esta tesis, suponiendo que el colapso del comunismo también iba a eliminar al socialismo y perdieron confianza en el movimiento europeo de los trabajadores que existía desde mucho antes que el comunismo. Nos lamentamos de que la construcción de Europa se realice sólo en el terreno económico, pero hace falta un esfuerzo de los sindicatos para encontrar una forma de acción que trascienda lo nacional. Hay que crear un contrapeso para el neoliberalismo mundial. Pero poco a poco, muchos intelectuales avalan todo y, sin embargo, no se consigue nada, salvo úlceras. Hay que decir las cosas. Es por eso que dudo de que se pueda contar exclusivamente con los intelectuales. Mientras que en Francia, me da la impresión, se habla sin duda "de los intelectuales", mis experiencias alemanas me demuestran que es un malentendido creer que ser intelectual equivale a ser de izquierda. Se pueden encontrar pruebas de lo contrario a lo largo de toda la historia del siglo XX.
P.B.: Para poder combatir el discurso dominante es necesario difundir, hacer público, el discurso crítico. Nos vemos invadidos por el discurso dominante. Los periodistas, en su gran mayoría, suelen ser cómplices, inconscientemente, de este discurso y resulta muy difícil intentar romper esta unanimidad. Ante todo porque, en el caso de Francia, más allá de las personalidades consagradas, muy reconocidas, es difícil acceder al espacio público. Cuando al principio decía que esperaba que usted "abriera la boca" es porque pienso que la gente consagrada es la única que, en un sentido, puede romper el círculo.

combatiendo la tecnocracia


Pierre Bourdieu
Combatir a la tecnocracia en su propio terreno
(El presente discurso fue pronunciado por Pierre Bourdieu, quien es quizás el más prestigioso sociólogo francés de la actualidad, ante los trabajadores en huelga, reunidos en la Gare de Lyon en París, el día 12 de diciembre de 1995)

Estoy aquí para expresar nuestro apoyo, a todos aquellos que luchan , desde hace tres semanas, contra la destrucción de una civilización asociada a la existencia del servicio público: civilización de la igualdad republicana de los derechos, a la educación, a la salud, a la cultura, a la investigación, al arte, y por encima de todo, al trabajo.
Estoy aquí para decir que comprendemos este movimiento profundo, es decir, la desesperanza y las esperanzas que allí se expresan y que también nosotros experimentamos; para decir que no comprendemos (o que comprendemos muy bien) a estos que no lo comprenden, como a este filósofo que, en el "Journal du dimanche" del día 10 de diciembre, descubre con estupefacción, "el abismo entre la comprensión racional del mundo", encarnada segun él por Juppé, así lo dice textualmente, "y el deseo profundo de la gente".
Esta oposición entre la visión de largo plazo de la "élite" esclarecida y las pulsiones de corto plazo del pueblo o de sus representantes, es típica del pensamiento reaccionario de todos los tiempos y de todos los países, pero adquiere hoy una forma nueva con la nobleza de Estado, que fundamenta la conviccion de su legitimidad en el título escolar y en la autoridad de la ciencia, principalmente económica. Para estos nuevos gobernantes de derecho divino, no solamente la razón y la modernidad, sino también el movimiento y el cambio, están del lado de los gobernantes, de los ministros, de los patrones o de los "expertos". La sinrazón y el arcaísmo, la inercia y el conservadurismo, del lado del pueblo, de los sindicatos y de los intelectuales críticos.
Es esta la certeza tecnocrática que expresa Juppé cuando escribe: "Quiero que Francia sea un país serio y un país feliz", lo cual puede traducirse como: "Quiero que la gente seria, es decir, las élites, los "enarcas", los que saben adonde esta la felicidad del pueblo, puedan realizar la felicidad del pueblo, incluso a pesar de él, es decir, contra su voluntad. En efecto, enceguecido por esos deseos, de los que hablaba el filósofo, el pueblo no conoce su felicidad, particularmente la felicidad de ser gobernados por gente que, como Juppé, conocen su felicidad mejor que él". Así piensan los tecnocratas y así entienden la democracia. Comprendemos que ellos no comprendan que el pueblo, en nombre del cual pretenden gobernar, descienda por las calles, -¡colmo de la ingratitud!- para oponérseles.
Esta nobleza de Estado, que predica la desaparición del Estado y el reino sin reserva del mercado y del consumidor, sustituto comercial del ciudadano, se ha apropiado del Estado, ha hecho del bien público un bien privado , de la cosa pública, de la República, su cosa.
Lo que hoy está en juego, es la reconquista de la democracia contra la tecnocracia: hay que acabar con la tiranía de los "expertos" al estilo del Banco Mundial o del FMI, que imponen sin discusión los veredictos del nuevo Leviatán, "los mercados financieros", y que no pretenden negociar sino "explicar". Hay que romper con esa nueva fe en la inexorabilidad histórica que profesan los teóricos del liberalismo . Hay que inventar nuevas formas de un trabajo político colectivo, capaz de constatar las necesidades, principalmente económicas (lo que puede ser tarea de expertos) pero para combatirlos y, si es del caso, para neutralizarlos.
La crisis de hoy es una oportunidad histórica. Para Francia y sin duda para todos estos que, cada día mas numerosos, en Europa y en otras partes del mundo, rechazan esa nueva alternativa: liberalismo o barbarie. Trabajadores ferroviarios, empleados de correo, maestros, funcionarios de los servicios publicos, estudiantes y tantos otros, activa o pasivamente comprometidos en este movimiento, han planteado con sus manifestaciones, con sus declaraciones, con las innumerables reflexiones que han provocado y que las tapaderas de los medios han querido en vano asfixiar, problemas fundamentales, demasiado importantes para dejárselos a los tecnócratas, tan autosuficientes como insuficientes: ¿cómo restituir a los primeros interesados, es decir, a cada uno de nosotros, la definición aclarada y razonable del futuro de los servicios publicos, de la salud, de la educacion, de los transportes, etc., en relación, principalmente con aquellos que, en los otros países de Europa están expuestos a las mismas amenazas? ¿Cómo reinventar la escuela republicana, rechazando la instalación progresiva en la enseñanza superior, de una educación con dos velocidades, simbolizada por las Grandes Escuelas y las facultades?
Es posible hacerse la misma pregunta a propósito de la salud o de los transportes. ¿Cómo luchar contra la precarización que golpea al personal de los servicios públicos y que conlleva formas de dependencia y de sumisión, particularmente funestas, en las empresas de difusión cultural, radio, televisión o prensa escrita por el efecto de censura que ejercen, incluso en la docencia?
En el trabajo de reinvención de los servicios publicos, los intelectuales, escritores, artistas, científicos, etc., tienen un papel importante que jugar. Primeramente, pueden contribuir a quebrar el monopolio de la ortodoxia tecnocrática sobre los medios de difusión. Pero pueden también comprometerse, de manera organizada y permanente, y no solamente en los encuentros ocasionales de una coyuntura de crisis, al lado de aquellos que están en condiciones de orientar eficazmente el futuro de la sociedad: asociaciones y sindicatos principalmente, y trabajar en la elaboracion de análisis rigurosos y de proposiciones inventivas sobre las grandes cuestiones que la ortodoxia mediático-política impide plantear. Pienso en particular en el tema de la unificación del campo económico mundial y los efectos de la nueva división mundial del trabajo o de la cuestión de las pretendidas leyes de bronce de los mercados financieros, en nombre de las cuales son sacrificadas tantas iniciativas politicas; en la cuestion de las funciones de la educación y de la cultura en las economías adonde el capital informático se ha convertido en una de las fuerzas productivas determinantes, etc.
Este programa puede parecer abstracto y puramente teórico. Pero se puede rechazar el tecnocratismo autoritario sin caer en un populismo en el que los movimientos sociales del pasado sacrificaron a menudo demasiado y que le hace el juego, una vez más, a los tecnócratas.
Lo que he querido expresar, en todo caso, y quizás mal, por lo que pido excusas a quienes pude haber escandalizado o aburrido, es una solidaridad real con aquellos que hoy se baten por cambiar la sociedad: pienso en efecto que no se puede combatir eficazmente la tecnocracia, nacional o internacional, si no es enfrentándola en su terreno privilegiado, el de la ciencia, principalmente económica, y, oponiendo al conocimiento abstracto y mutilado del cual ella se vale , un conocimiento, más respetuoso, de los hombres y de las realidades a las cuales ellos se ven confrontados.
(Publicado en Libération el 14 de diciembre de 1995. Traducción al español de O. Fernández)

combatiendo la tecnocracia

Wednesday, August 17, 2005

SEMIOLOGIA Y POLITICA


MARKETING Y POLITICA
ELISEO VERON
Un político no es una marca de jabón, pero...Se dice, no sin razón, que el marketing político banaliza los discursos y trata las ideologías como jabón en polvo. Hoy, una corriente de científicos sociales reivindica la capacidad del marketing para vincular la política con la cultura popular y advierte: puede enseñar a los teóricos muchas cosas sobre el comportamiento de los votantes. Eliseo Verón opina: "No sirve". Pocos aspectos de la política moderna han recibido tantas críticas como el marketing político, acusado por las ciencias sociales de producir una serie de efectos negativos para la democracia: banalización del discurso, culto a la personalidad, reducción de los mensajes a tan sólo 30 segundos, distorsión del concepto de ciudadano, devenido mero consumidor.
Las quejas respecto del marketing político forman parte de la vasta literatura que, a lo largo del siglo XX, denunció el hecho de que la política adoptara los modos y costumbres de la televisión. Desde los primeros análisis críticos de la escuela de Frankfurt, cuyo pesimismo respecto de la "industria cultural" de los años 30 influyó sobre toda una generación de cientistas sociales, hasta corrientes académicas recientes como las "tesis de videomalaise" desarrolladas en Estados Unidos en los 90, autores de distinta procedencia y filiación ideológica coincidieron en objetar la injerencia de los medios de comunicación en la política. Algunas expresiones de este cuasi consenso fueron "Sobre la televisión" "la conferencia en que Pierre Bourdieu advirtió sobre la creciente vacuidad del discurso mediatizado", la aguda descripción de la política como espectáculo desarrollada por Guy Debord, o el libro de Giovanni Sartori, Homo Videns, donde se asegura que "la televisión produce un efecto regresivo sobre la democracia".
En este contexto, la insinuación de que el marketing pueda ser beneficioso para la democracia resulta un escándalo. Siquiera una pregunta al respecto desafía un corpus académico inquebrantable. Y sin embargo, hay quien formuló esa pregunta: "¿Es posible que la democracia se vea beneficiada por el uso de más, y no de menos marketing?". Margaret Scammell, directora de la maestría en Comunicación Política de la London School of Economics, planteó el interrogante en un artículo publicado el año pasado y, sorprendentemente, nuevos enfoques académicos parecen responderle que sí. Desde mediados de los 90, un grupo de intelectuales desperdigados por Europa y Estados Unidos intenta, a través del análisis crítico, rescatar algunos elementos del marketing y, más en general, revalorizar el entrecruzamiento entre política y cultura popular que supone la televisión.
A Scammell pueden sumarse, entre otros, los nombres de Michael Schudson de la Universidad de San Diego en California, John Corner de la Universidad de Liverpool, Dick Pels de la Amsterdam School for Social Science o John Street, de la Universidad de East Anglia en Gran Bretaña. Donde antes se veía simplificación, estos autores empezaron a ver complejidad visual y mecanismos válidos para seducir a los ciudadanos desencantados; donde antes había preocupación por el exceso de personalización hoy se descubren nuevos modos de control ciudadano sobre sus representantes; donde había puro pesimismo, estas lecturas ofrecen un optimismo cauto pero definitivamente esperanzador. La pregunta que sigue entonces es: ¿tienen algún fundamento estas ideas?
Apología del Slógan
La banalización o vacuidad de la política resulta para muchos un hecho inobjetable: declaraciones cada vez más cortas para satisfacer los tiempos televisivos, debates escasos o prefabricados para las cámaras, ideas políticas que se expresan en eslóganes sin capturar la complejidad de las políticas públicas. Frente a tan objetiva descripción ¿en qué basarse para defender estas prácticas desde un punto de vista democrático? "Que las declaraciones sean cortas permite a los políticos comunicarse con los ciudadanos sin ser interrumpidos o editados —responde Michael Schudson, por e-mail, desde California"; es un modo de adaptación a la necesidad de competir por la atención del público, y también una respuesta a la creciente profesionalización del periodismo y la forma en que opera entrecortando el discurso político."
Desde Londres, Scammell ofrece otro argumento: "Los discursos largos contienen sin duda más información que los comerciales de 30 segundos; sin embargo tales discursos sólo convocan a los militantes o a quienes tienen un interés particular por la política; son inefectivos como modo de comunicación que pueda interpelar a toda la ciudadanía". Las nuevas miradas sobre el marketing político muestran una constante preocupación por volver inteligibles los discursos y atractivos para un público cada vez más apático. La herramienta teórica preferida para sostener este punto de vista es la defensa de la cultura popular como lugar de arraigo para la política.
Apología de la Cultura Pop
"El lenguaje informal sugiere relaciones más cercanas entre candidato y votante "sostiene Corner en la introducción a la compilación de artículos Media and the Restyling of Politics"; estos modos de comunicación van más allá de los términos de deferencia y condescendencia propios de modelos más antiguos". En el mismo libro, otro académico que puede inscribirse en la nueva corriente, Jon Simons, asegura que "las elites y clases gobernantes confían en su capital cultural para mantener sus posiciones de dominación cultural y política; prefieren evitar formas de discurso popular que les son ajenas y utilizar su capital residual para cuestionar la cultura mediática, que es el dominio de la política democrática".
La tensión entre cultura popular y elitismo es una constante en el debate de las ciencias sociales. Bourdieu se preparó para este tipo de ataques cuando, en "Sobre la televisión", sostuvo que no se debe simplificar el mensaje político sino generalizar las posibilidades de acceso a la comprensión de enunciados complejos. "Me objetarán que estoy haciendo un discurso elitista "escribió entonces", que defiendo la ciudadela asediada de la alta ciencia y la alta cultura". Y en efecto, las nuevas posiciones lo acusan, pero porque en rigor alteran los parámetros tradicionales con que se mide la "vacuidad" o "simplicidad" de los mensajes políticos. Según Street, "la comunicación política no consiste solamente en ofrecer información o persuadir a la gente a través de la fuerza de un argumento; es también capturar la imaginación popular y darle importancia simbólica a actos e ideas". En última instancia, para estos autores, se trata de recuperar la dimensión emotiva en el análisis de los discursos políticos.
Apología de la Emoción
El tópico no es nuevo: Jürgen Habermas recibió numerosas críticas por haber concebido la "esfera pública" como un espacio para el intercambio de discursos racionales, excluyendo los discursos afectivos o emotivos. En particular, el movimiento feminista de los años 70 señaló este aspecto con insistencia. Hoy, quienes defienden ciertas formas actuales de la comunicación política retoman esos argumentos para rescatar el humor, la apelación a los afectos o la utilización de géneros populares como aspectos centrales de lo político que pueden convocar a los ciudadanos desencantados. Esa es la preocupación de Scammell cuando asegura que las publicidades políticas podrían beneficiarse utilizando más herramientas del marketing. Desde su perspectiva, la publicidad política actual se basa en la estética de la tradicional propaganda, caracterizada por el uso de recursos como la repetición de mensajes, la búsqueda del mínimo común denominador o la apelación a sentimientos básicos como el nacionalismo o el miedo. Sin embargo "sostiene" "la publicidad comercial ha avanzado mucho más que eso en términos de recursos comunicativos, creatividad y variedad, de modo que, en este sentido, la política podría aprender del marketing".
Un estudio reciente aplicado a la Argentina, desarrollado en la Universidad de Londres por la especialista argentina Ana Langer, analiza cuantitativamente el contenido de las publicidades políticas emitidas durante las campañas presidenciales de 1999 y 2003. Según los resultados del estudio, la campaña de 2003 utilizó menos elementos del marketing que la de 1999. En particular, contó con menos participación de especialistas en marketing y menor presupuesto. Sin embargo, asegura Langer, la reducción del marketing no redundó en ningún beneficio democrático. Las funciones democráticas de la publicidad política (entendidas aquí como la obligación de ofrecer información sustancial y elementos para juzgar la competencia y el carácter de los candidatos, atraer a los ciudadanos y estimular el entusiasmo político) fueron mejor satisfechas en la campaña de 1999, con más marketing, que en la de 2003, con menos marketing.
Apología de la Vida Privada
Tal vez uno de los blancos favoritos de los críticos del marketing sea la tendencia a centrar las campañas en la figura de los candidatos más que en sus programas de gobierno, lo que se conoce como personalización. Sartori la definió sintéticamente: "La televisión nos propone personas en lugar de discursos". Los defensores del marketing intentan atenuar esta cuestión con dos argumentos: por un lado, la excesiva preocupación por la personalización parece subestimar a los espectadores. Las más recientes investigaciones sobre audiencia demuestran que los televidentes tienen capacidades interpretativas sofisticadas, lo cual les permitiría encontrar elementos útiles para juzgar a sus dirigentes —y someterlos al control ciudadano— aun en el contexto de personalización, o más aún, beneficiados por ese contexto. "La capacidad de la audiencia no debe evaluarse desde una perspectiva cognitiva o intelectualista, sino en términos de riqueza imaginativa, experiencia intuitiva e inteligencia emocional "asegura Pels en un trabajo publicado en 2003`"; el show mediático que se llama ''política'' promueve formas de realismo emocional que permiten a los ciudadanos comunes, a pesar de su pasividad política o incluso de su indiferencia, reaccionar adecuadamente y de modo competente a aquello que sus representantes políticos les presenten".
El segundo argumento se desprende del primero: la información personal sobre los dirigentes resulta tan importante a la hora de juzgarlos como su plataforma política. Consultado al respecto, dice Schudson: "Cuestiones como el carácter de un candidato, su integridad o su personalidad son tópicos legítimos para la discusión democrática". Estas variables suelen agruparse bajo el concepto de imagen, y muchas veces se supone que el énfasis en ellas es perjudicial para la democracia. Sin embargo, Scammell piensa todo lo contrario. En su artículo "Marketing Político: Lecciones para la Ciencia Política", asegura que la imagen no sólo es importante sino que es "el único elemento sustancial que un partido puede ofrecer a sus potenciales votantes". Enunciados semejantes provienen de la literatura sobre "marketing relacional", un modelo que empezó a emplearse para el análisis político y que consiste, básicamente, en el estudio de las técnicas del marketing que se aplican a servicios de largo plazo, como la medicina prepaga o las compañías de seguros. La promoción de un candidato no puede equipararse a la venta de jabón en polvo, dice Scammell, pero sí puede entenderse con los esquemas del marketing relacional. Tanto en el caso de los servicios de largo plazo como en la política, el producto es complejo e intangible "lo cual produce incertidumbre en el consumidor y lo obliga a buscar información de fuentes externas como los medios", la decisión de compra involucra un tiempo de reflexión, y una vez comprado el producto, esa acción tendrá consecuencias de largo plazo.
Las empresas que ofrecen este tipo de productos necesitan construir una buena imagen o reputación para competir en el mercado. La imagen, en estos casos, no es un elemento aleatorio que colorea la percepción del cliente; no es mero packaging, sino que "al decir de Scammell" está en el centro de una relación (comercial o política) que se construye en base a características no banales como el comportamiento pasado y la credibilidad que inspiren las promesas realizadas. Considerar estos elementos, sostiene Scammell, podría ayudar a la ciencia política a comprender mejor el momento del voto, e incluso a descubrir el potencial democrático que hay en las herramientas del marketing político.
¿Hay finalmente razones para ser optimista? En términos históricos, los autores que defienden el marketing dirán que sí. No sólo porque encuentran elementos positivos en la tendencia a acortar los mensajes políticos, simplificarlos, y reducirlos a cuestiones de personalidad, sino también porque "todos ellos aseguran" antes no estábamos mejor. "Con todas las falencias que puedan tener las campañas dirigidas por expertos en marketing "advierte Schudson" debemos compararlas con aquellas que organizaban los partidos políticos en el pasado, no con un mundo prístino en el cual nobles candidatos iban de puerta en puerta conversando con los ciudadanos comunes, porque eso nunca existió".
La operación de desmantelar la mirada nostálgica es una constante entre estos autores, que se arriesgan a encontrar motivos para el entusiasmo en las nuevas formas de política mediática. Hasta qué punto las nuevas prácticas puedan ofrecer sustancia democrática y los espectadores utilizar sus capacidades interpretativas y de resistencia sigue siendo objeto de debate, afortunadamente para las ciencias sociales que se alimentan de desacuerdos como éste.
No Resuelve el Dilema Político Central
En el contexto de las sociedades democráticas, toda la discusión gira alrededor de ese fenómeno central que unos y otros quieren comprender (y algunos controlar, en la medida de lo posible): el comportamiento de voto, la decisión del individuo de elegir, en una situación electoral, un candidato entre varios, o ninguno. El problema es que la historia de la reflexión sobre estos temas ha estado marcada por una teoría dominante, sobre todo en el mundo anglosajón, según la cual el comportamiento de voto tiene que ser pensado con un modelo de la decisión racional, inspirada en el pensamiento económico: el voto, fundamento del sistema democrático puesto que genera a los representantes del pueblo resulta de un cálculo entre costos y beneficios, y cada individuo buscará que sea elegido el candidato que presenta la mayor probabilidad de defender sus propios intereses. El llamado marketing político presupone (más o menos explícitamente) que el modelo de la decisión racional no es un buen modelo, y se propone comprender y controlar todos los otros factores que intervienen realmente en el comportamiento de voto y que serán definidos, sobre el fondo de esa teoría dominante, como irracionales El especialista de marketing político trabajará entonces con factores como la apariencia del candidato, su facilidad de palabra, las anécdotas significativas de su vida familiar, el traje que se debe poner para ir al programa de televisión y las actitudes corporales que expresan su personalidad, su energía y su sinceridad.
Ambos horizontes teóricos (el de la teoría política dominante y el del marketing político), aplican la misma dicotomía entre factores racionales e irracionales del comportamiento electoral. Pero se entiende entonces que el politólogo que se inspira en alguna versión de la decisión racional, encontrará que el marketing político es una posición aberrante, que pone en cuestión los fundamentos mismos de una democracia representativa. Sin embargo, ambos puntos de vista comparten la hipótesis de que el campo político puede ser tratado como un mercado. Hay una oferta de candidatos así como hay una de automóviles o de celulares. El marketing político, por definición, se propone influir en la decisión de compra Y la importancia crucial que la televisión ha adquirido en los procesos electorales aparece como la prueba final de esa hipótesis. Desde mi punto de vista, ambos horizontes teóricos comparten el mismo error. Pero como pasa siempre, ambas perspectivas se apoyan en fragmentos de intuiciones correctas. Toda decisión humana comporta una configuración de factores: (1) afectos, emociones, (2) percepciones sobre lo que el individuo considera la realidad o los hechos de la situación en que se encuentra y (3) reglas (normas) que orientan su acción. En este sentido, la decisión sobre qué automóvil comprar y la decisión sobre qué candidato a la presidencia votar, son comparables en la medida en que son igualmente complejas.
Pero esto no significa que sean decisiones del mismo tipo. Una de las dimensiones en que estos tipos de comportamiento se pueden diferenciar, es la dimensión de la temporalidad. Las decisiones de compra en el mercado de consumo son, en su enorme mayoría, decisiones de corto plazo (aunque este corto plazo es muy variable, puede ir desde los pocos días de una compra de alimentos, hasta los algunos años de la compra de un automóvil). De ahí la necesidad que la publicidad tiene de operar con una insistencia infatigable, con la lógica de la repetición, para actualizar factores que si no son activados permanentemente se desvanecen.
La decisión implicada en el comportamiento de voto es una decisión de largo plazo. La práctica del marketing político, cada vez más difundida, tiene como resultado ocultar este dato fundamental. Es en este punto, por otra parte, que se ubican algunas de las objeciones graves que se le pueden hacer a la teoría de la decisión racional : para el ciudadano común, para el no especialista, la relación costos/beneficios es, en el largo plazo, imposible de calcular o, si se prefiere, el modelo del cálculo racional es una ficción teórica.
El único sector del mercado de consumo que se puede considerar muy próximo al campo político es el sector inmobiliario: para el actor social, comprar una casa es una decisión de largo plazo. Es verdad: en democracia, la vieja metáfora de la sociedad como la casa de todos no es absurda.
La pertinencia del campo político empieza cuando el actor que tiene que decidir su voto se hace esta pregunta fundamental: ¿en qué tipo de sociedad quiero que vivan mis hijos? En el momento en que nos hacemos esa pregunta, la política no se parece más a un supermercado. Y el marketing político no tiene ninguna herramienta para tratar las condiciones en que se formula la respuesta.
POR ELISEO VERON. Lingüista y Semiólogo

Monday, August 15, 2005

Sociedad de la información

Una conversación con Manuel Castells, sobre globalización y la Sociedad de la Información"La sociedad red ya existe, no es el futuro"
Carlos F. Chamorro
La trilogía de Manuel Castells sobre la Sociedad de la Información ("La Sociedad Red", "El Poder de la Identidad" y "Fin de Milenio"), ha sido comparada por algunos comentaristas con las obras de Marx y Weber. A Castells, tales comparaciones le parecen "exageradas y sin sentido".
Sin embargo, el sociólogo catalán radicado desde hace unos veinte años en la Universidad de California, en Berkeley, admite que puede haber un paralelismo, no una comparación, en el intento de entender en su conjunto la dinámica de las relaciones entre economía, tecnología, sociedad, política y cultura, desde una perspectiva histórica y a la vez global.
"No hay gente suficientemente loca para meterse en esa andadura", dice Castells, aludiendo al viaje intelectual que durante más de doce años lo llevó a investigar en los nuevos centros neurálgicos de varios continentes hasta producir una obra enciclopédica, que recién acaba de publicar Siglo XXI para los lectores latinoamericanos.
A diferencia de otros estudios sobre globalización que centran su énfasis en uno u otro eje particular, la investigación de Castells se propone abarcar todo. Quizá demasiado, dicen sus críticos. Para el autor, la envergadura de su obra, en parte, está asociada a su propia biografía personal: exiliado de España a los veinte años, participante en la revuelta de Mayo 68, en Francia, expulsado de ese país a los 26 años por sus actividades políticas, profesor e investigador con vínculos estrechos en Europa, Asia y América Latina, además conocedor de la ex Unión Soviética y casado con una intelectual rusa, y observador cercano, desde Berkeley, de la revolución tecnológica que se lleva a cabo en el Silicon Valley de California. Toda esa experiencia de vida le ha permitido acumular informaciones desde distintas perspectivas "para intentar ofrecer una visión de conjunto, pero a la vez empírica del mundo en su proceso de transformación".
El Wall Street Journal describió a Castells como "el primer gran filósofo del ciberespacio", y reportó que su obra está siendo leída con sumo interés en los centros de innovación tecnológica de la nueva economía, que Castells describe ampliamente en sus libros.
A principios de este año, Castells asistió como invitado al Foro Económico Internacional de Davos. A propósito de sus opiniones sobre el destino del capitalismo global, iniciamos esta conversación.
Me gustaría conocer su apreciación en torno al debate actual sobre la demanda de regulación de los flujos de capitales a nivel mundial. Mucho se mencionan los efectos indeseables de la globalización, pero pareciera que hay mucha resistencia a la regulación de los capitales. ¿Por qué?
En primer lugar, existe el reconocimiento de los efectos nocivos de una circulación totalmente libre de capitales en la economía mundial, pero por otro lado, las propuestas realistas que se han hecho por países, gobiernos y empresas que podrían aplicarlas, se limitan en realidad a aumentar la transparencia de la información, a incrementar la aplicabilidad de las leyes de bancarrota en distintos países, y a aumentar también la publicidad de los sistemas de contabilidad de empresas y de mercados financieros. En el fondo, se trata más bien de facilitar la circulación de capitales y propiciar mayor transparencia de los mecanismos públicos de regulación. Por tanto, más que tratar de regular, es ir más allá en la desregulación.
Lo que se propone, entonces, es una desregulación más transparente…
Exacto. Una desregulación más informada y con menos riesgos para los inversores. Se insiste mucho en la responsabilidad de bancos y gobiernos de otros países para que los inversores puedan recuperar su dinero en casos de crisis. Se está planteando también la idea de una mayor capacidad de intervención del Fondo Monetario Internacional con acciones preventivas y paquetes de préstamos ligados a políticas de ajuste, y en el fondo ligados a una menor regulación por parte de los gobiernos.

¿Qué consecuencias acarrearía esto para los llamados mercados emergentes, que han sido las principales víctimas de la movilidad del capital?
Ese tipo de no regulación, o de transparencia informativa, permite una integración de los mercados emergentes mucho más selectiva y limitada de lo que hasta ahora conocemos. Además de que no abordan el problema de la regulación, no habrá regulación por una razón muy sencilla, sólo puede haber regulación de flujos internacionales si hay un acuerdo global. Es impensable que unos países regulen y otros no, porque la movilidad de capitales en estos momentos hace que los mismos puedan circular electrónicamente entre distintas economías.
Por tanto, sólo bajo una condición, que las principales economías del mundo se pusieran de acuerdo en, por ejemplo, poner un depósito o una tasa de impuesto Tobin a las transacciones financieras por la acción especulativa, sólo en este caso se podría aplicar. Y hay formas de aplicarlo.
No es tecnológicamente imposible regular. Es complicado por la velocidad de los circuitos financieros, pero existen fórmulas electrónicas para poder realmente tasar cierto tipo de transacciones si todo mundo las acepta.
Aquí el problema fundamental es que de todas maneras Estados Unidos, y por tanto el Fondo Monetario Internacional, que está directísimamente controlado por Estados Unidos, no acepta la regulación y no está dispuesto a basarse en esta vía.

Desde esa lógica, ¿cuáles son las prescripciones que ellos proponen para enfrentar las crisis regionales, como las que han estallado en los países asiáticos, Rusia o Brasil?
Intentar prevenirlas con acciones del Fondo Monetario Internacional que sea como una especie de sistema de vigilancia financiera y monetaria global, y que cuando un país esté a punto de entrar en un proceso que le parece peligroso al FMI, darle una advertencia y llamarlo a la disciplina económica.
Si acepta la disciplina económica, entonces facilitarle un crédito de ajuste; si no la acepta, declararlo país peligroso, y, por tanto, se genera una huida de capital.
En este sentido las tendencias que se están manifestando no son hacia la regulación por los gobiernos nacionales, sino tendencias de los mecanismos globales —como el Fondo Monetario Internacional— a controlar las políticas de regulación de los estados nacionales. Es decir, se va en un sentido inverso al del control por los gobiernos nacionales sobre los flujos globales.

En los últimos años se asegura que existe una crisis del paradigma neoliberal, y algunos afirman que ya estamos en una etapa de posneoliberalismo. ¿Cuál es su opinión?
Si hablamos en términos sociales y políticos, yo creo que sí hay una crisis del neoliberalismo, por los efectos perniciosos de una globalización incontrolada y de un desarrollo tecnológico que está claramente sesgado en términos sociales hacia los grupos más educados en los países más avanzados. En esos términos se está produciendo una reacción social y política a veces con tonos progresistas —los zapatistas, en México—, a veces con tonos mucho más complicados, como son los movimientos fundamentalistas en buena parte del mundo. Hay un rechazo creciente a nivel mundial, social, político y cultural hacia el control del conjunto de las sociedades por flujos globales de capital y tecnología.
En lo que no estoy de acuerdo es en que haya una crisis económica. Desde el punto del crecimiento de los capitales —que es el nuevo tipo de medida en estos momentos, no tanto la tasa de ganancia como el aumento del valor del capital—, la situación es distinta. Las empresas de Internet, cuyas acciones suben cada día, tienen pocas ganancias, pero su capital se incrementa en gran medida, simplemente por la revalorización en los mercados financieros, por la expectativa de futuras ganancias.
Lo que está ocurriendo es que hay un nuevo tipo de economía con altísima productividad. No es simplemente economía especulativa, con una gran movilidad de capital y asignación de recursos muy articulada a nivel mundial, y que aumenta o encoge sus flujos de inversión según las oportunidades o los peligros de la economía mundial.
Entonces, los grandes inversores globales no han perdido grandes capitales en la crisis asiática y han sido ampliamente compensados. Cierto, las empresas coreanas o indonesias y los trabajadores de esos países han sufrido de forma considerable, Brasil está sufriendo mucho, pero el sistema de circulación de capital a escala global y dentro de la economía mundial, Estados Unidos, están absolutamente dinámicos y tienen fuerza para continuar con ese dinamismo.

Y las políticas de desregulación que han impulsado gobiernos como Estados Unidos son consistentes con ese tipo de economía…
Totalmente consistentes, y, además, van muy bien. Desde el punto de vista de la economía de Estados Unidos, es la más brillante y boyante que ha habido en muchos años. Es cierto que las acciones de Internet pueden bajar. Pueden bajar porque están a niveles estratosféricos. No pueden seguir duplicando o triplicando el valor cada año.
Pero de todas maneras la economía americana está en una de las épocas doradas, y no va a haber crisis global o catastrófica de la economía americana aunque en algunos momentos haya un ajuste en el mercado. En ese sentido, no hay crisis del capitalismo global, al contrario, hay un desarrollo cada vez más dinámico del capitalismo global y al mismo tiempo cada vez más excluyente de muchas zonas del mundo y con crisis cada vez más violentas, pero crisis que no afectan la economía y el sistema en su centro, sino que afectan a las sociedades y a las políticas.
Los "agujeros negros" de la globalización
La otra cara de la moneda descrita en su libro es el surgimiento del "Cuarto Mundo". ¿Qué salida existe, si hay alguna, de esos "agujeros negros" —como los llama usted— del capitalismo "informacional"?
Desde el punto de vista estrictamente económico y tecnológico, no. La capacidad del sistema actual de funcionar en redes, que conectan todo lo que lo que vale y desconectan lo que no vale o deja de tener valor desde el punto de vista del sistema, hace que se pueda prescindir de grandes segmentos de la sociedad y de grandes áreas del planeta.
A nadie le interesa en este momento la mayor parte de lo que ocurre en Africa, en la medida en que la gente no tiene valor ni como productores ni como consumidores, y más bien son un problema, y si desaparecieran, desde el punto de vista del sistema, sería más positivo. Ahora bien, lo que yo considero una utopía neoliberal es pensar que un planeta puede funcionar con un sistema altamente dinámico, pero altamente segmentado, excluyendo como mínimo a un 40% de la población del planeta.
Recuerde que un 40% de personas malviven con menos de dos dólares por día en estos momentos. Y también lo que muestro en mis análisis es que ha habido en los últimos diez años un aumento extraordinario de la desigualdad social, la pobreza, la exclusión social, a nivel del planeta en su conjunto, y en la mayor parte de países, incluido Estados Unidos.

¿Dónde reside el vínculo entre esa exacerbación de la polarización y de la pobreza y el desarrollo tecnológico?
Porque en la medida en que la creación de valor depende cada vez más de la capacidad de procesamiento de información y de la capacidad de la infraestructura tecnológica para ese procesamiento de información, entonces la desigualdad en educación, en recursos tecnológicos y en recursos culturales educativos, que es la mayor desigualdad que hay en el planeta, amplifica las desigualdades sociales. En cierto modo, lo que ocurrió tradicionalmente en el intercambio desigual entre las materias primas y los productos manufacturados ahora se ha extendido al intercambio entre cualquier tipo de productos agrícolas, manufacturados, etc., y los productos "informacionales".
La capacidad "informacional" es producir cualquier cosa. Como esta capacidad "informacional" está concentrada en sectores de la sociedad y en ciertos países, y se difunde mucho más lentamente que lo que se difunde en las redes planetarias de capital y de tecnología, entonces la desigualdad educacional se transforma en desigualdad y exclusión social

En ese contexto de flujos de capitales y tecnología que sobrepasan la capacidad del Estado, usted sostiene que el Estado está perdiendo poder y autonomía pero que mantiene una influencia importante. ¿Existe un espacio para que los Estados puedan desarrollar políticas públicas significativas?
Los Estados han dejado de ser soberanos, por muchas declaraciones que hagan. Los Estados no tienen por sí mismos, ni grandes ni pequeños, capacidad de controlar los flujos globales de capital, de tecnología, los medios de comunicación o Internet. Eso no quiere decir que desaparezcan. Los Estados nacionales son constituciones históricas que representan identidades, coaliciones de intereses, proyectos nacionales y que van a seguir. Los futurólogos que predicen la desaparición del Estado, simplemente reflejan una ideología neoliberal.
Pero lo que ocurre es que los Estados en este momento, más que gobernar, su papel es navegar en ese mundo de flujos y tratar de combinar los distintos grupos de intereses que representan.
La manera en que muchos Estados se están adaptando es a través de dos procedimientos: la organización de redes interestatales y la construcción de instituciones supranacionales, que a través de alianzas de Estados puedan conseguir un mayor poder de negociación y de influencia en este mundo de flujos globales. Y, por otro lado, la descentralización regional y local que permite a entidades públicas tener mayor flexibilidad para adaptarse a estos continuos cambios de flujos de comercio, capital e información.
Hemos pasado de un Estado-Nación a lo que yo llamo un Estado-Red, que está constituido por una serie de relaciones, una red de relaciones entre los Estados- Naciones, las instituciones supranacionales, las instituciones internacionales que son distintas (hechas de alianzas de Estados y no por encima de éstos), y, por otro lado, los entes locales y regionales que también tienen su capacidad creciente de gestión. El ejercicio de la política cada vez más pasa por una continua interacción, a veces negociada a veces conflictiva, entre esos distintos niveles de instituciones estatales que forman el Estado-Red.

¿Qué tan determinante es en ese contexto la capacidad fiscal del Estado? ¿De qué fuentes va a extraer el Estado los recursos para hacer políticas públicas?
Es decisiva, y es uno de los grandes desafíos que tiene el Estado en el momento de la globalización de la economía. En la medida en que existe la posibilidad de desplazar capitales y establecer sedes de empresas en paraísos fiscales, la contabilidad interna de muchas empresas multinacionales y de muchos bancos es prácticamente imposible de controlar para muchos Estados.
Sobre todo por Estados de menor capacidad técnica o económica como son muchos Estados latinoamericanos. Entonces, sin contar la enorme cantidad de economía informal y economía criminal que por definición escapa al Estado, y sin contar los fraudes fiscales masivos que se producen en todo el mundo, hay también una incapacidad creciente de los Estados de controlar la contabilidad de las empresas.
Si a esto añadimos la estrategia directamente neoliberal de reducir la base fiscal del Estado, estamos en una situación en que a los Estados se les pide cada vez más, pero tienen cada vez menos con qué cubrir esas necesidades. Y, por consiguiente, los Estados están en una situación más bien de incitar y negociar que de decidir y ordenar.

El acceso a la información, a la educación y a la tecnología es una de las claves que están marcando las grandes diferenciaciones sociales en el mundo. ¿Existen casos exitosos de Estados que hayan impulsado políticas publicas de acceso a la tecnología y la educación, que mejoren su capacidad de negociación?
Si, está claro. Durante los últimos veinte años está el caso del Pacífico asiático. A pesar de que, en mi opinión, son ejemplos a no seguir por su autoritarismo político, sin embargo, ha habido un extraordinario desarrollo tecnológico y de recursos humanos en muchos países del Pacífico asiático que ha permitido a países que hace treinta años eran subdesarrollados, que en estos momentos puedan competir en términos tecnológicos con los grandes países mundiales.
Por otro lado, hay bastantes ejemplos europeos, sobre todo de los países escandinavos y específicamente de Finlandia, donde una política activa del gobierno ha permitido un desarrollo educativo, que ha hecho que Finlandia en estos momentos sea la primera sociedad de información del mundo, y esto ha repercutido en una enorme competitividad en las empresas finlandesas, al mismo tiempo que se ha desarrollado el estado de bienestar, la participación ciudadana y la paz social.
No es cierto que haya una inevitabilidad de la pérdida de acción del Estado, lo que sí es cierto es que Estados-Naciones que continúan funcionando como hace diez años, sin reorganizar sus políticas públicas hacia la sociedad de la información y sin contactarse con otros Estados, en un intento de control de los flujos globales, ese tipo de Estado que se mantiene simplemente en su trinchera defensiva está condenado a ser carcomido desde el interior por el crimen, por el fraude financiero, por la destrucción de la base fiscal y por la escasa competitividad de las empresas públicas.
La tecnología amplifica nuestros ángeles y demonios
Hablemos un poco de las potencialidades de lo que usted llama la sociedad-red que ha transformado las pautas de organización de la economía, la sociedad, la cultura y la política. ¿Qué potencialidades tiene este tipo de sociedad, en países que no están en la vanguardia tecnológica?
Yo creo que la sociedad red ya existe, no es el futuro. Es una sociedad que está constituida en torno a redes electrónicas de información en las que casi todo lo que es importante circula. El capital, el comercio internacional, la tecnología, las nuevas tácticas militares, los medios de comunicación, la educación..., todo está constituido en torno a estas redes electrónicas.
Estas redes son muy flexibles y permiten que circulen valores e intereses en distintos sentidos. Concretamente, la misma capacidad que tienen los mercados financieros para circular de forma constante a nivel gobal y unificar todo el capital, también la información.
Y la información a través de Internet puede ser de una ayuda extraordinaria para el desarrollo de la educación en muchos países con infraestructura educativa muy limitada. No sólo a través de la llamada educación a distancia, sino a través del reforzamiento de la capacidad de las escuelas de acceder a la información y hacia fuentes de comunicación impensables hace diez años y que, con muy poco entrenamiento, maestros de escuela pueden ser los intermediarios entre niños o adolescentes y el conocimiento de la información universal a través de Internet. También los movimientos sociales que antes eran locales, y por tanto, localistas, pueden, y lo están haciendo en estos momentos, conectarse a través de Internet, vía interactiva, intercambiar no solamente información y experiencias, sino también coordinar acciones y reivindicaciones.
De la misma forma, cuando yo señalaba a nivel político las consecuencias posibles de una mayor intervención de la sociedad civil a través de redes de información, me refiero, por ejemplo, a que el control de la opinión por parte de lo que se publica en los medios de información puede ser no sustituido, sino complementado por redes de comunicación horizontales entre ciudadanos que no tengan que pasar necesariamente por las industrias de medios de comunicación. Para esto no hace falta en países pobres como en América Latina, que todo mundo, necesariamente, tenga su ordenador en casa, puede haber centros comunitarios donde exista acceso a Internet.
Entonces, el problema no es tanto que la gente esté desconectada electrónicamente, es que una vez que esté conectada electrónicamente, ¿dónde está la cultura, la educación, y la capacidad política para poder relacionarse y obtener de esos sistemas electrónicos de información todo el beneficio que puede ser obtenido?

Su mirada hacia el siglo XXI describe una revolución en la genética y un desarrollo aún más acelerado de la economía global. ¿Es una visión más optimista en relación con lo que fue el siglo XX? ¿Qué perspectivas de salida existen frente a los grandes problemas que usted ha identificado en su investigación?
Francamente no lo sé, porque como usted sabe bien, habiendo leído el libro no hago ningún tipo de prospectiva. Soy muy duro en esto porque mi libro está basado en datos y en el análisis de esos datos. Lo que ocurre es que al final de mil 500 páginas, en la última página me permití escribir tres párrafos sobre el futuro, y son los que todo mundo cita.
Pero en realidad, todos los elementos están ahí para que se siga desarrollando la revolución genética y se convierta en la gran revolución tecnológica. De hecho ya estamos en ella. Ya podemos clonar células y órganos humanos, en buena medida, ya estamos a punto de terminar el mapa del genoma humano, por tanto, somos capaces ya, cada vez más, de manipular la materia viva, lo cual plantea toda clase de cuestiones no sólo éticas sino también políticas. Recuerde que recientemente una compañía farmacéutica suiza ha comprado el conjunto del genoma humano de Islandia por medio de una ley aprobada por el Parlamento islandés, porque al ser una sociedad relativamente aislada es uno de los genomas humanos más puros, y, por tanto, se va a poder experimentar toda clase de nuevos medicamentos de alteración genética en situación mucho mejor que en otros países.
Este es uno de los múltiples ejemplos que se pueden señalar.
Estamos no al final, sino al principio de una extraordinaria revolución tecnológica tanto en la comunicación como en la reproducción de bases electrónicas, el procesamiento de información, como en la manipulación de la materia viva.
¿Qué consecuencias tiene esto? El tema general es que dada nuestra enorme capacidad tecnológica como especie en estos momentos, cualquier efecto de lo que ocurra en nuestros valores y nuestras instituciones se amplifica extraordinariamente con esta capacidad tecnológica.
Una sociedad igualitaria, democrática, dispuesta a corregir problemas tiene enormes posibilidades de hacerlo. Una sociedad absolutamente individualista, ferozmente competitiva, despectiva de la preservación de la naturaleza e indiferente ante la miseria humana, se puede convertir en una sociedad absolutamente implacable, despiadada y destructora de nosotros mismos. O sea, que nuestros ángeles y nuestros demonios se amplifican en muchos grados.

Su visión se diferencia marcadamente de lo que estamos acostumbrados a escuchar de los futurólogos, o los profetas de tecnología. La visión de aquéllos ha sido más optimista…
Lo fundamental es que se puede demostrar que la tecnología es un instrumento de la sociedad, mientras que los futurólogos en general parten de la tecnología y deducen la sociedad a partir de la tecnología. Entonces, como la tecnología es extraordinaria, la sociedad deberá ser extraordinaria. Pero en realidad la tecnología es extraordinaria porque aumenta nuestra capacidad, pero aumentar la capacidad de un organismo enfermo implica crear patologías sociales.
En concreto, los dos temas que usted me señala, la economía criminal global seguirá expandiéndose, incluso creciendo geométricamente, en la medida en que, por ejemplo, las sociedades sigan enfermas en términos de sus valores, aumentará el consumo de drogas. Aumentará a nivel mundial, y en casos como Estados Unidos, pese a la represión tremenda se mantendrá en el mismo nivel. Mientras haya una demanda de drogas habrá una economía de drogas, mientras no haya legalización de droga habrá economía criminal, y como hay economía criminal habrá reinversión de esta economía criminal, y, por consiguiente, seguirá la penetración de Estados e instituciones financieras en todo el mundo porque hay que proteger.
Con respecto a lo que llamo "agujeros negros", en la medida en que las redes electrónicas permiten conectar lo que vale y desconectar lo que no vale y el sistema sigue funcionando, no hay ninguna razón propiamente técnica o económica para gastar dinero en desarrollar las zonas subdesarrolladas en las que no se puede obtener ganancias, cuando por otro lado invirtiendo en Internet se puede duplicar o triplicar el capital cada año. Por eso los límites de este sistema no son económicos o tecnológicos, son límites externos a esa dinámica, son límites sociales y políticos.
Límites políticos que están en sí mismos limitados por la deslegitimación creciente de las instituciones del Estado. Lo que está ocurriendo es la generación de explosiones o sociales o bien, movimientos sociales que, hoy por hoy, son los únicos límites a ese sistema altamente dinámico y creativo, pero al mismo tiempo altamente excluyente y destructivo.